Estar junto a alguien que está en crisis no es
fácil. Acompañar en la tristeza, en la rabia, en la queja, en el desborde
emocional y la pérdida de control no es fácil, ni cómodo. ¿Por qué ocurre esto?
Demasiado frecuentemente, al estar junto a alguien
que sufre y expresa su sufrimiento, aparecen frases del tipo: “no pasa nada”
“no llores”, “cálmate”,
...cuando la mayoría de las veces “sí pasa algo”,
“necesita llorar” y además necesita hacerlo acompañado por alguien.
Todo lo que sentimos tiene un sentido, un motivo, un
“por qué”, aunque no siempre la cabeza lo entienda.
Cuando en una situación de consulta alguien nos
muestra su malestar, no está haciéndolo sólo para fastidiarme a mí el día, ni
porque no tenga algo mejor que hacer.
El problema es que, si yo misma no estoy
suficientemente preparada para acompañar a alguien en su malestar, si yo misma
no he sido nunca BIEN acompañada en mi malestar, y no me ha quedado más remedio
que hacer “cualquier cosa” para acallar mi dolor y mis lágrimas, entonces me es
muy difícil estar junto a alguien que sufre sin que se remuevan mis propios
malestares.
Estar junto a un niño que llora desconsoladamente
moviliza a cualquiera. Estar junto a un@
adult@ que nos abre la puerta a su malestar, y nos pide que le
rescatemos de ahí, pone a prueba todos nuestros cimientos. Trabajar acompañando
a una mujer embarazada y/o en posparto es acompañar a alguien que está en
crisis.
Hace años que imparto talleres para profesionales
sanitarias, más concretamente para matronas. En estos talleres trato de
mostrarles cómo, siguiendo las palabras del psicólogo Fidel Delgado “cuidamos
según somos”.
Para poder atender correctamente las emociones de
otra persona, antes debo atender las mías propias, o por lo menos conocerlas,
tenerlas en cuenta, para que durante mi trabajo no se confundan mis malestares
con los suyos, mis dolores y angustias con las suyas, mis lágrimas no lloradas
desde hace tanto tiempo con la tristeza desbordada de quien ya no aguanta más.
A cada un@ nos toca hacernos responsables de
nuestras emociones y nuestras vidas, pero esto es algo que en muchos casos no
acabamos de asumir realmente, por muy adult@s que seamos.
El mundo de las emociones sigue siendo en muchos
casos “el mundo oscuro” que intentamos mantener tapado, escondido, como si no
existiera. Sin saber (o no queriendo saber), que esto no es posible.
Cuántas veces he escuchado a las matronas este tipo
de comentarios: “Es que las mujeres embarazadas son unas ñoñas”, “es que no
hacen más que quejarse”, “se ponen super-infantiles y no hay quien las
aguante”.
Si esto es lo que, como profesional, siento y pienso
al escuchar a una mujer embarazada, posiblemente me vendría muy bien cuidarme
un poco más. Y ver qué me está ocurriendo a mí. Y ver qué se me está moviendo
cuando una mujer me dice este tipo de cosas.
Como profesional no puedo evitar que las mujeres
embarazadas dejen de quejarse. No tengo el control sobre esto. Pero sí
posiblemente puedo hacer algo para que a mí no me genere tanto malestar.
En los talleres de matronas hablamos sobre el
concepto de “transparencia psíquica”, de la psiquiatra Monique Bydlowski (2007),
y vemos como ese estado de sensibilidad creciente que ocurre durante el
embarazo, permite que la mujer embarazada recuerde y revise asuntos pendientes de
la infancia. Si esta no fue demasiado amable, inevitablemente se despertarán
emociones angustiosas pendientes de “drenar”. Esto, la mujer embarazada, la
mayoría de las veces, no lo sabe.
Ella viene con sus dolores físicos, su
sensación de malestar al cual casi no sabe ni ponerle nombre, y en muchas
ocasiones va a la consulta pidiendo, reclamando, que la matrona o el médico
ayude a aliviar su dolor:
“¡Mamá, papá,
ayudadme! ¡Me siento muy pequeña!”
Y resulta que yo, como matrona, o como médico, me
encuentro con mis propios dolores, mi propia niña callada, esperando su turno
para ser calmada, contenida, abrazada, y a lo mejor hoy no me encuentro en el
mejor de los días para “maternar” a esta mujer embarazada que me pide con
gritos silenciosos (o no tan silenciosos) algo de consuelo.
Es así. Pero si por lo menos soy consciente de lo
que está ocurriendo en mi interior, entonces, y sólo entonces podré separarme
por un momento de mi propia reacción emocional, para poder atender
adecuadamente a la mujer que está en consulta.
Separarme de mi propia reacción emocional. Y dejarla
apartada en un cajón…, en la bandeja de los asuntos pendientes…
¿Hasta cuándo?
La mujer embarazada que se queja “no es una ñoña”, …
, la matrona que se queja “no es una ñoña”.
Cuando una mujer embarazada va a consulta mostrando su tristeza, su malestar emocional, la mayoría de las veces es la propia matrona la que mejor puede
hacer un trabajo de contención emocional básico en consulta, pero si hay alguna
sospecha de que el movimiento emocional que está ocurriendo en la mujer
embarazada es demasiado profundo, o dura demasiado en el tiempo, existen
profesionales especialistas en salud mental perinatal, picólog@s y
psiquiatras, que son los más preparados para atender esto. Es importante que esto lo tengamos en cuenta.
Invitación para tod@s los que trabajamos aliviando
el malestar de otras personas, acompañando en las crisis vitales, y en las de
todo tipo: Dediquemos un tiempo para atender nuestros malestares, nuestras
heridas, querámonos un poco más. Cuidémonos para poder cuidar. Acompañémonos para acompañar.